Saber que me extrañaste

Oh… ¡cómo te he extrañado!  Los días han sido largos, solitarios, vacíos sin la compañía de tus letras.  No todo es culpa tuya, claro, acá en la vereda sur las cosas no han estado precisamente apacibles y eso me ha impedido incluso releer tus cartas o revisitar nuestros recuerdos; mantener el nexo cuestionable entre la realidad y nuestra locura.

 

Necesito tu piel para recobrar mi sentido de existencia, que tus manos me sostengan y me recorran, que tus ojos me redescubran y tus besos reasienten su dominio sobre mí.  Necesito que me veas como esa primera vez desde el taxi, cuando tontamente intenté alcanzarte.  Quiero que tus dedos finos me acaricien, que despierten el ángulo suave de mi hombro, que a su mandato se levanten mis pechos desmemoriados, que mi vientre eluda en medio de un escalofrío el embate autoritario de tu sexo.  Oh, Dios, cómo necesito saber que me extrañaste, constatar que no ha sido un sueño, confirmar que tu mente ha viajado hasta nuestra casa tantas veces como la mía.

 

No digas nada, sólo ámame.  Sólo visita cada centímetro de mi humanidad rendida y tómalo, márcalo como te plazca y devuélvemelo en préstamo para el día a día.  Sella tu titularidad con la huella de tu lengua entre mis piernas, extrae de mi sexo cualquier atisbo de rebeldía y bébelo, aprópiate de mis aromas y mis fluidos, péiname a tu antojo y fustígame hasta que desfallezca.  Que mi clítoris, de amor se llene y estalle y que en medio de la sacudida se rinda a tu señorío, impotente, sumiso, satisfecho y radiante.  Sólo ámame, Jules.

Acerca de primeralluvia

En Patagonia
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