El ángel exterminador

No bien cruzó el umbral, el humo angélico la rodeó como ventisca de duna.  Había aspirado el vaho del exterminio una vez, y sabía tan dulce y amargo, tan finito e irrevocable…

El gesto de deshacer el paso se multiplicaba en su cabeza.  Silenció los reparos con un lento batir de pestañas, extendió el cuello hacia la derecha, murmuró una plegaria inútil y avanzó.

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En Patagonia
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