No bien cruzó el umbral, el humo angélico la rodeó como ventisca de duna. Había aspirado el vaho del exterminio una vez, y sabía tan dulce y amargo, tan finito e irrevocable…
El gesto de deshacer el paso se multiplicaba en su cabeza. Silenció los reparos con un lento batir de pestañas, extendió el cuello hacia la derecha, murmuró una plegaria inútil y avanzó.