«Chile, ese país perdido al fin del mundo, esa larga y estrecha franja de tierra entre la inmensa cordillera de los Andes y un mar Pacífico sin límites. Chile, palabra de origen quechua que indica lugar de los confines. El culo del mundo, como lo llamó con más propiedad Francisco de Aguirre, uno de nuestros conquistadores, o una isla pasillo sin salida aparente, como lo nombra Roberto Bolaño con cierto desprecio.
Chile, una loca geografía, con un desierto interminable en el norte, con témpanos y glaciares en el sur y, de repente, como acorralados, se muestran esos fértiles valles en el centro.
Un territorio destinado a desaparecer en el próximo cataclismo, según nos advierten poetas y geólogos, por el mar que cobra lo suyo y la cordillera que lo saluda.
Sus hombres son de mirada tortuosa, silenciosos, de voz aguda; sus mujeres, de caderas estrechas, sin curvas, fuertes y mandonas. Ambos sin condiciones para el baile, ni siquiera para el caminar seguro. A las mujeres les falta seducir al andar, aunque sus senos sobresalen grandes y provocativos, y a los hombres, la mirada inquisitiva, el piropo a flor de labios, la carcajada fuerte y llamativa, como si quisieran pasar desapercibidos y no llamar la atención.
Sin embargo, cada cierto tiempo sus volcanes y tierras se descontrolan y estallan, transformando a sus habitantes, de pasivos y apocados, en sanguinarios asesinos y torturadores.
Chile, definido como una nación independiente, pero que estuvo siempre dominada por diferentes colonizadores e imperios.
Como nos advierte el antipoeta Nicanor Parra: «Creemos ser país y la verdad es que apenas somos un paisaje».
Todo eso, mucho más y nada menos, como lo iremos apreciando a lo largo de esta narración, fue la tierra en que transcurrió la vida de Violeta Parra Sandoval.
Ella, con su poesía, su música, sus pinturas, sus arpilleras, sus máscaras, su palabras a veces suave y triste, a veces violenta, fue escribiendo su propia biografía. Toda ella se entregó a estas papacidades artísticas que milagrosamente absorbían su espíritu sin que mediara una educación formal que lo justificara.
Yo he querido tomar ese cúmulo de actos y sueños, frustraciones y esperanzas que se sucedieron en ese cuerpo pequeño y frágil que siempre resultó fuerte y capaz, y que se expresó en la música que surgía desde el centro de su ser, en la poesía, en las pinturas y otras mil revelaciones que salían de sus manos prolijas -parecidas a las de su madre y abuela-, para narrar su vida.
Así, esta novela, qe brota con sus propias palabras -no con las mías-, donde yo he penetrado con mi imaginación, tal vez sea lo que alguna vez quiso decir y no lo dijo, o cuando lo dijo nunca hubiese querido decirlo.
Dejo, pues, a Violeta con ustedes para que sufran y gocen con ella.»
(2010 – Yo, Violeta)