Dicen que si una muchacha besa un sapo, el sapo se convierte en príncipe. El sapo no parece muy besable, pero algunas probaron. No funcionó.
En cambio, cuando los pesticidas químicos besaron a las ranas, las ranas se convirtieron en monstruos.
Antes, muy de vez en cuando, aparecía algún hijo deforme en la familia de las ranas, pero las rarezas se han hecho habituales en estos últimos años en los lagos de Minesota, en los bosques de Pennsylvania y en muchos lugares. Cada vez son menos las ranas que nacen y cada vez son más las que nacen sin ojos y con una pata de más o de menos.
El fatal encuentro con los venenos químicos, diseminados por el viento, ocurrió cuando ya ellas llevaban muchos millones de años viviendo entre el agua y la tierra, desde aquel remoto día en que el canto de la primera rana rompió el silencio del mundo.
(2004 – Bocas del tiempo)