En una playa de estacionamiento de las muchas que hay en Buenos Aires, Raquel lo escuchó llorar. Alguien lo había arrojado entre los autos.
Se incorporó a la casa, se llamó Lord Chichester. Tenía poco tiempo de nacido y ya era desteñido y cabezón. Quedó tuerto después, cuando creció y se batió en duelo de amor por la gata Milonga.
Una noche, cuando Raquel y Juan Amaral estaban sumergidos en la más profunda de las dormidumbres, unos feroces chillidos los hicieron saltar de la cama. Chillaba Lord Chichester como si lo estuvieran desollando. Cosa rara, porque él era feo, pero callado.
–Algo le duele mucho– dijo Juan.
Siguiendo los chillidos, llegaron al fondo del corredor. Raquel aguzó el oído y opinó:
–Nos está avisando que hay una gotera.
Deambularon por la antigua casona, hasta que ubicaron el clip-clop de la gotera del baño.
–Este caño siempre perdió– dijo Juan.
–Se va a inundar– temió Raquel.
Y discutieron que sí, que no, hasta que Juan miró el reloj, casi las cinco de la mañana y, bostezando, suplicó:
–Vamos a dormir.
Y sentenció:
–Lord Chichester está loco de remate.
Ta estaban por entrar al dormitorio, perseguidos por los chillidos del gato, cuando el techo, viejo y agrietado, se desplomó sobre la cama.
(2004 – Bocas del tiempo)