La suegra de la abuela le agarraba a bibliazos para exorcizarle los pecados. El hijo de la evangélica, pusilánime entonces como bravucón después, nunca defendió a su mujer-niña. La abuela, terminada de criarse en ese ambiente hostil, tardó largos años en aprender que se podía querer sin violencia. Fuimos testigos del cambio y, pese a su proverbial parquedad, nunca hizo algo que comprometiera nuestro cariño.
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Ojalá fuera ficción, pero no. Lo dejo aquí para que los conozcan -y comprendan- a los que estuvimos antes.
Me voy ahora a conocer su bicicleta :)
Una síntesis avasalladora
En pocas palabras pones muchas cosas en jaque.
Genial..!