El sol y la muerte, de Gonzalo Rojas

Como el ciego que llora contra un sol implacable,
me obstino en ver la luz por mis ojos vacíos,
quemados para siempre.

¿De qué me sirve el rayo
que escribe por mi mano? ¿De qué el fuego,
si he perdido mis ojos?

¿De qué me sirve el mundo?

¿De qué me sirve el cuerpo que me obliga a comer,
y a dormir, y a gozar, si todo se reduce
a palpar los placeres en la sombra,
a morder en los pechos y en los labios
las formas de la muerte?

Me parieron dos vientres distintos, fui arrojado
al mundo por dos madres, y en dos fui concebido,
y fue doble el misterio, pero uno solo el fruto
de aquel monstruoso parto.

Hay dos lenguas adentro de mi boca,
hay dos cabezas dentro de mi cráneo:
dos hombres en mi cuerpo sin cesar se devoran,
dos esqueletos luchan por ser una columna.

No tengo otra palabra que mi boca
para hablar de mí mismo,
mi lengua tartamuda
que nombra la mitad de mis visiones
bajo la lucidez
de mi propia tortura, como el ciego que llora
contra un sol implacable.

 

(de La Miseria del Hombre, 1948)

Acerca de primeralluvia

En Patagonia
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Una respuesta a El sol y la muerte, de Gonzalo Rojas

  1. J. dijo:

    Aujourd’hui nous sommes devenus un peu plus seuls.

    CONTRA LA MUERTE, de Gonzalo Rojas

    Me arranco las visiones y me arranco los ojos cada día que pasa.
    No quiero ver ¡no puedo! Ver morir a los hombres cada día.
    Prefiero ser de piedra, estar oscuro,
    a soportar el asco de ablandarme por dentro y sonreír
    a diestra y siniestra con tal de prosperar con mi negocio.
    No tengo otro negocio que estar aquí diciendo la verdad
    en mitad de la calle y hacia todos los vientos:
    la verdad de estar vivo, únicamente vivo,
    con los pies en la tierra y el esqueleto libre en este mundo.
    ¿Qué sacamos con eso de saltar hasta el sol con nuestras máquinas
    a la velocidad del pensamiento, demonios: qué sacamos
    con volar más allá del infinito
    si seguimos muriendo sin esperanza alguna de vivir
    fuera del tiempo oscuro?
    Dios no me sirve. Nadie me sirve para nada,
    pero respiro, y como, y hasta duermo
    pensando que me faltan uno diez o veinte años para irme
    de bruces, como todos, a dormir en dos metros de cemento allá abajo.
    No lloro, no me lloro. Todo ha de ser así como ha de ser,
    pero no puedo ver cajones y cajones
    pasar, pasar, pasar, pasar cada minuto
    llenos de algo, rellenos de algo, no puedo ver
    todavía caliente la sangre en los cajones.
    Toco esta rosa, besos sus pétalos, adoro
    la vida, no me canso de amar a las mujeres: me alimento
    de abrir el mundo en ellas. Pero todo es inútil,
    porque yo mismo soy una cabeza inútil
    lista para cortar, pero no entender qué es eso
    de esperar otro mundo de este mundo.
    Me hablan del Dios o me hablan de la Historia. Me río
    de ir a buscar tan lejos la explicación del hambre
    que me devora, el hambre de vivir como el sol
    en la gracia del aire, eternamente.

    Gonzalo Rojas Pizarro
    (20 de diciembre de 1916 – 25 de abril de 2011)

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