dos puerros nuevos y limpios,
una papa pequeña,
mantequilla,
leche,
sal y pimienta…
Largos minutos sobre el fuego, unas cuantas vueltas en la licuadora, un par de tostadas de pan negro ¡y listo!
La fuente futura de mi memoria…
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No me ciento abergonsado en acsoluto, señorita. Más bien orguyoso de que por mis benas corra sangre sioux hunkpapa y cheyenne, todita mesclada como sus puerros en la licuadora.
Otra cosa, ¿tiene ya preparada la respuesta-zortilegio para la pregunta que le hasía el blanco Bradbury..? Tengo que aniqilar a las brujas y a los malos espíritus que rondan por mi cabaña del bosque y no me dejan bibir. Vd. podría hayudarme con alguno de sus brebajes culiniarios o aogarlos con su llubia de fuego.
Muchas grasias.
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Parto por agradecer la gentileza de sus expresiones, Sitting Dog (¿alguna relación con Sitting Bull…? ¿antepasado suyo, quizás…? No le dé vergüenza admitirlo, mire que lo de Buffalo Bill ya está olvidado de tan antiguo…), y sigo con la aclaración de que la crema de puerros funciona muy bien en mí, pero no necesariamente en los demás.
Y bien, señorita, tras capear el chaparrón con la crema de puerros, ¿qué podríamos hacer para espantar a los espantosos, aterrorizar a los terroríficos, horripilar a los horripilantes?
SD
Ps. Su texto «Siempreverde» es sencillamente soberbio. Está claro que la cocina le inspira.